martes, 7 de agosto de 2007

Milagro 07

Una italiana de Mar del Plata, grandilocuente y amiga se lo había anticipado un par de días antes del milagro. Marisa le había dicho al gordito – a Roma se la conoce caminando –
-Yo sabía que preguntando se llega a Roma – contestó el gordito
-Si, preguntando se llega y caminando se la conoce- cerraba dogmática la frase al tiempo que le regalaba un mapa de la ciudad más que completo. El gordito, que lo único que tenía a mano era la guía de Clarín atesoró ese nuevo objeto ahora precioso y se sirvió otro pedazo de Joe Pizza, en la confortable noche marplatense.
Días después, mapa en mano, el gordito salía de Tor Vergata hacia el centro para comprobar como era un viernes santo en Roma. Primero tomo un ómnibus hasta la estación Anagnina y de allí el metro A hasta la estación Spagna. Bajó en la mismísima Piazza Spagna y sacó todas las fotos que pudo. Como era un gordito tecnológico tenía una cámara Sony de ocho megapixels con objetivo y filtros, de modo que se sentía un artista a la captura de las sensaciones romanas, que por estos días parecían ser las sensaciones del mundo entero: de hecho más de seiscientas mil personas habían llegado para pasar la Semana Santa de este turbulento año.
Recorrió Piazza Spagna y Piazza Novona, caminó hacia el Tévere y lo cruzó a la altura del puente del Museo de Castel Santangello. Preguntó en su medio italiano tosco a unas hermanas cómo llegar al Vaticano y caminando, como se lo había dicho Marisa, llegó hasta la misma Piazza San Pedro. A esta altura eran las dos de la tarde y el cielo azul de roma mostraba los beneficios de la primavera. La cola para entrar a la Basílica de San Pedro era de más de quinientos metros, tal vez mil. Al gordito se le ocurrió que eran un millón de metros, y que no había Dios tan importante del otro lado como para hacer esa cola. De todas formas, y como era un gordito curioso, encontró una solución, bien a la argentina: colarse por donde estaba la salida. Así que fingiendo tomar una de sus electrónicas fotos a un interlocutor del otro lado de las vallas de la salida dijo algo así como -presto, súbito, scussi, prego… - y pasó del lado prohibido. Primera etapa cumplida, el gordito se encaminó por las pasarelas al revés, con la misma treta, hasta que observó que dos sacerdotes, vestidos de negro y en posición similar a la de los cuervos del viejo canal I Sat lo miraban con un dejo de curiosidad y terror, cuando no de bronca. El gordito, simpático, se acercó hasta ellos y en forma compinche, casi familiar, les preguntó: -¿Padres, creen que Dios estará atendiendo allá adentro porque llevo urgencia por hablar con el?- Los padres se miraron entre sí y uno le contestón en mala lengua – disculpa hijo, no hablo español – El otro vociferó por lo bajo algo así como –curva do mach-. Por la fonética el gordito comprendió que los padres sí hablaban castellano y que eran polacos, porque muchas veces había escuchado a su abuelo, polaco también, decir algo parecido cuando quería decir hijo de p…
El gordito entonces, no teniendo para más nada que agregar en esa conversación, siguió desandando el sendero de los que si habían hecho la cola, que era andar el sendero de los atrevidos, los que no hacían la cola. Una vez en la galería interior de la Piazza San Pedro se maravilló con la imagen de una cruz que se veía bien alto, con el cielo diáfano de fondo. Por alguna razón refleja tomó la cámara, apunto, encuadró y sacó una imagen bastante centrada de la cruz. Bajó la cámara mientras pensaba: -Dios, si existís, dame una señal verdadera… no tengo ni tiempo ni paciencia para entrar todo este camino y te quiero preguntar algo-
Como por reflejo volvió a apuntar con su cámara Sony de ocho megas a la cruz, esperando ver de fondo la cara de Dios, como marca de agua o papel tapiz del escritorio que pintaba detrás de la escena de esa cruz y el cielo de fondo. Pero no, no estaba la cara de Dios. Sin embargo, al disparar, o un instante antes de hacerlo pasó un ave en vuelo directo a posarse sobre la cruz. El gordito impacto imagen, revisó… y justo: allí estaba el ave en la cruz. En estado de locura y euforia bajó la cámara y salió corriendo hacia la cruz. Al llegar bajo ella sintió una especie de líquido que lo bendecía… tal vez sí o tal vez no. Porque no era ni más ni menos que caca de ave que le caía desde la cruz. Un poco importunado por la desventura, apresuró a limpiar la cámara con la mano observando que tanto él como su máquina estaban en este nuevo estado de bendición.
Tranquilo ahora, sin deslizar ningún comentario, el gordito tomó la dirección de la salida y fue a un barcito de la calle principal a limpiarse. Allí resolvió que no tenía ganas de volver a la Piazza San Pedro y se fue caminando, como le decía Marisa, hacia la Via Condotti a ver si Prada o Gucci le producían cierta sensación de alivio a tan desagradable contradicción. Por la tarde paseó por el Coliseo y lo vio listo para la función del Vía Crucis que iba a hacer el Papa por la noche. Por la noche, ya sin ganas de ver el Vía Crucis, prefirió ir a comer unas patatas al formagio a Campo di Fiori. Con la última cerveza en la mano y mientras pensaba en como volver al hotel en Tor Vergata comprendió que lo que había vivido a la tarde era un milagro. Volvió sobre la imagen capturada y el reloj de la máquina le indicaba 09:55 hs, pero de Argentina, que es algo así como las 14:55 de Italia. El gordito sabía que una leyenda importante del cristianismo dice que Jesús murió a las tres menos cinco de un viernes santo. Aunque no entendió bien cual era el mensaje que Dios le mandaba se dispuso, a partir de ese mismo momento, a divulgarlo.

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