martes, 7 de agosto de 2007

Metro Asesino en Fuga

Tomo el metro en la estación Canal, bajo en Plaza del Sol. Tomo café en la Mallorquina y camino hasta Precidados. Entro a El Corte Inglés y pido cotonetes. Me miran, tengo ganas de pedir pastillas para no soñar y dejo pasar la tentación. Camino hasta Tirso de Molina y pido una cerveza. Viene una tapa de jamón que trituro en la barra mientras veo con culpa como crece mi abdomen. Pago, bebo, dejo Tirso de Molina y camino hasta Plaza Santana, pasando por la plaza Jacinto Benavente. Miro a El maestro churrero y me digo hoy no, no más porras, ni churros rellenos ni chocolate. Nada. Caminar y bajar la tapa y la cerveza. Pronto desisto y entro en el metro Sevilla. Bajo y vuelvo para Cuatro Caminos, combino con el metro a Estación el Carmen, bajo y camino hasta Caja Madrid con la secreta esperanza de verte tras la vidriera. Es de tarde, pero no es jueves, por tanto hoy no trabajas en tu escritorio, con tus faldas seductoras y esa cara de españolita tan agraciada. La sucursal Virgen Niña 9 está tan vacía que ni tu perfume puedo aspirar por la rendija de vidrio que deja el cajero automático. Iré a pasear por Chamberí.
Me cuento una historia una y mil veces que prometo escribir pero no tengo conmigo ni boli ni papel y el notebook quedó en el apartamento. Nada, naderías de Madrid un miércoles por la tarde, cuando la ilusión se transforma en posibilidad y va y viene, como las olas de Mar del Plata del último día que caminé por Playa Grande, con la vista puesta en un barco de carga entrando más cerca de la escollera sur que lo que prudentemente se recomiendan los marineros expertos de Mar del Plata
Madrid se hace andando, me dijo Agostina, una especie de angel y diablillo que se debate en batalla diaria con paridad de fuerzas. Con veintiséis Agos es un alma en fuga, en un país que no le es ajeno, en una vida que comienza a serle propia, aunque nunca conoció el verdadero amor. Le hago caso mientras pienso que Agos camina Madrid pensando en otros horizontes, igual que yo, igual que todos los que caminan por Madrid. Al contrario de todos los que caminan por el resto del mundo y mientras lo hacen piensan en Madrid, eterna paradoja. Mi vecino habla fuerte por su móvil y dice algo así como oye tío que te la has liado con Bea, pero ella está conmigo ahora… y Bea lo escucha y me mira y me sonríe por encima del hombro del que habla. Yo me calzo los lentes de sol para no ser testigo de la doble cornamenta del que charla y debate sin parar con el otro por la hipotética posesión de Bea.
Y Bea que sonríe como una Geoconda española no deja de mirarme y cautivarme desde cualquier punto que intente contactar con sus ojos. Ahora pienso si el Louvre, que está haciendo exposiciones itinerantes, no la habrá dejado salir unos días para que los españoles de por aquí se deleiten con su sonrisa. Corrijo la idea: Monalisa es más italiana y Bea en la Via Condotti estaría en la vidriera de Armani, o sería el complemento ideal para cruzar de frente en la Via Venneto: no aquí.
Me voy, una vez más, de las situaciones que me incomodan. Bajo en la Estación Iglesia y vuelvo para el centro… debo dejar de deambular tratando de saber qué quiero… siento los ojos de Bea en mi nuca, siento la mirada ausente de todos los que viajan en este metro, siento el olor de los negros que vaya a saber por qué no aprendieron a mp tener olor. Empieza el calor y el eterno sufrimiento madrileño: ese aroma de ajo y cebolla que te acompaña allende los túneles de metro y las veredas con terrazas.
Soy un asesino no confeso ¿sabían?... ando solo y sé que puedo matar. Ya lo hice y lo puedo volver a hacer en cualquier momento. Porque la gente normal como yo tiene sus límites y cada tanto se raya… y pasa a ser subnormal, o anormal. Entonces la policía no me encuentra porque aparte de asesino soy hábil. Pude matar y no dejar rastro, pero no ando tentando al destino para ver cuántas veces puedo matar y que no me pesquen. Porque una cosa es la justicia argentina y otra cosa es creer que uno puede eternamente escapar de la justicia.
Ahora estoy empezando una nueva vida, más española, menos latinoamericana. Como soy un chico bueno y apreciable encuentro a mi paso un montón de puertas que se abren: mis amigos me dicen te lo mereces (mis amigos son argentinos) porque fuiste un luchador toda tu vida. Mis amigos del alma de aquí me dicen tienes un alma noble, pisaste este suelo con buena estrella.
Y yo río, y río, como en Río de Janeiro, aquella última vez en que un taxista me quiso cobrar veinte reales por llevarme desde Arpoador a Ipanema. Ese sí que sabe que soy asesino y también aprendió, aún sin manejar el castellano, que esa estaba cerca de ser su última noche, hasta que decidió conformarse con 5 reales que le entregué y un guiño de mi ojo derecho más que claro… corre por tu vida y llévate estos cinco.
Sin embargo ahora soy español, auténtico, y cargado de derechos. Tengo mi pasaporte comunitario y un DNI español. Estoy anotado en la seguridad social, empadronado aquí y con la baja consular en argentina, de la que me fui sin hacer mucho ruido por las dudas, pues no había que tentar al destino.

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