sábado, 12 de septiembre de 2009

Alegría

Se llamaba Alegría, era una rubia del montón. Arrastraba un carro equipado como cafetería móvil y seducía a todos. Y aunque no era la más guapa del mundo les juro que era más guapa que cualquiera, como decía la canción. Ella tenía una cola de caballo en su cabellera rubia que dejaba caer sobre una espalda perfectamente torneada en una camiseta corta y un jean de tiro bajo. –“Carajo con la Real Acadeia Española”- pensé, aún no había adjetivos para describir aquello. Era la tarde y la hora en que sol empezaba a marcharse dándole la espalda a este extraño mar austral, argentino e injustamente gélido. Volvía del puerto y nada parecía ser distinto a otros días, excepto porque en el auto sonaba música la radio que me invitaba dejar todo: esta vida normal para perderse detrás de ese carro de café, mientras la voz en off de aquella locutora le dedicaba un tema al "chino". Un código implícito dibujaba el triángulo infinito desde el eter, el chino y la rubia. Era el principio del fin y creo que todos lo sabíamos.

Circular

Fulana de un tal extraño. Aún no sé en realidad nada de tí. Escasa y necesariamente nada. La tarde de hoy muda en apariencia entreviendo otro significado: me sugiere tantas cosas... pero aún no logro comprender de qué se trata. Una y mil formas. Necesito música, si pudiera ser triste y melancólica, mejor.
Aquí me atormento y allí me mato. Muero e imagino nuevas vidas. Un tren japonés descarrila y todo se hace más mundano. Maldito error. Maldita moral moralina que me pone en el otro andén cuando el deseo me acerca de forma cavernícola e inexorable a Fulana de Nadie, acerca de una historia casi imaginaria, casi real. Opio, rapé, alcohol, noche que llegarás antes o después y me vas a tomar por la cintura, susurrando lo imposible. Firmando el documento que no podremos cumplir. Vacío: existen muchas ventanillas para pagar y muy pocas para cobrar, cobrar a derecho, cobrar a satisfacción lo que esperamos se debe dar.
En fin, nadie dijo que esto debía de ser justo. Nadie prometió igualdad, ni infinita alegría. Nadie prometió ni siquiera momentos. Pero alguna vez los descubrimos y luego sabemos que los momentos existen; que pueden ser.