viernes, 18 de septiembre de 2009

Las Cuarenta

Miró las cartas con algo de pereza. Le tocaban diez porque jugaban de a cuatro. Las dos primeras no eran de valor, luego vinieron tres triunfos (oros.. El As y dos que no suman pero sirven. Le tocaron tres cartas más, interesantes, de otros palos y por último venían dos a las que mentalmente empezó a forzar. Primera rey de oros: podían venir las cuarenta... miró con mas ganas deslizando desde la izquierda y vio un número 1, podía ser de una sota o un caballo. Como todo esto le insumió más tiempo que el habitual y lo hacía en forma discreta la mano jugó como primera carta las sota de oros. Sin duda la mano iba a menos. Seguía él quien al ver la sota en la mesa supo que su uno no era otro que el del caballo de oros, aun sin descubrirlo y sonrió internamente: tenía las cuarenta, el as de oro, cinco triunfos en total y tres cartas más con puntos... era el seguro ganador de la partida en esta ronda.
Jugó con lógica. Bajó el As de oro, esperó a todos los jugadores, levantó la basa y cantó marcando una al revés, tranquilo: -las cuarenta- sentenció mientras observaba que el tres de oro no había salido y era su rival escondido entre los otros dos jugadores que no eran mano. Cantó las cuarenta y pensó en ella, que desde hace días se le aparecía como una imagen nostálgica en los sueños ya no tan juvenil como cuando la hizo a su imagen y semejanza.
Salió con un triunfo bajo a buscar al tres de oro, ahora su rival, escondido entre los otros dos jugadores...
La imagen de ella, que dentro de muy poco cumpliría cuarenta vino hacia él con más y más fuerza: al fin y al cabo ella había sido de él, una posesión recluida en inviernos largos y fríos, en convivencias similares a la de las novelas, o no, pero siempre había sido de él. Ella estaría más grande que cuando lo había dejado, diez años atrás. Él ya se empezaba a sentir viejo, muy viejo, y fatigado. Su recuerdo era de verano, de la playa grande y databa de mas de veinte años... su presente era de martes de agosto a la mañana jugando con otros tres al tute cabrero por la cerveza, porque no había nada más importante que hacer.
Pensó en quién tendría el tres de oro cuando jugó el triunfo bajo. Pensó en quién sería el compañero actual de ella, porque una mina como ella no podría estar sola. No la merecí, ni siquiera la imaginaba sola. Quien la acompañara sería como el anónimo poseedor del tres, desconocido ahora, que buscaba hacer salir con su juego. Quien la poseyera ahora sería como un tres de tute cabrero: importante, sí, pero menor que el as. Nunca un tres le puede ganar al as de triunfo, ni quien la tuviera feliz, si es que ahora era feliz, podría siquiera asemejarse a los años de amor y locura de su prolongada juventud, frente al mar, mientras se reía y disfrutaba de ver la cara de sus compañeros de trabajo el día que se enteraron que salía con ella: . –“a esa frutita te comés”?, le preguntaron no sin algo de envidia y admiración. El solo movió afirmativamente la cabeza.
Pensó en que ese tres de oro que lo inquietaba pronto sería historia. El otro tres no. No era tan fácil hacerlo saltar como a este, en la mesa: ¿Qué jugada habría que hacer para que se mostrara, al menos un instante, sin necesidad de aparecer mucho en la vida de ella?. Y ella, hermosa, caprichosa y eterna... ¿qué haría si se enterara de que él, justo él, testarudo y orgulloso, andaba averiguando por ella y su nueva vida, diez años después...?
... el sol entraba por una ventana en la casa... era invierno pero este martes no hacía frío, no tanto, como lo hostil que se había presentado todos estos últimos días...pensó dónde había escondido la última foto que le sacó a ella, en short, sin que de diera cuenta con un fondo de playa y que había tenido que esconder cuando se fue a vivir con su nueva mujer...
Pensó en el puñado de ilusiones que hipotecó cuando se casó ya grande, con una chica un tanto menor, hermosa, inteligente, preparada, que le producía tanta atracción y pánico escénico a la vez. El tiempo lo fue aplomando pero algo falló en algún momento. Debe haber sido algo muy imperceptible o de poco cuidado y aunque muchos amigos se lo habían advertido, que la cuidara, que la mimara un poco más no pudo, no quiso, no supo... el sol calentaba en la ventana y alguien le dijo en tono sonriente: -“ ¿vas a jugar o no?-
Miró con un dejo de vergüenza y preguntó –“quién levantó el tres?
-¿qué tres? - le contestaron
-el de oros- inquirió
-si no salió- agregó el mano
-callate salame- le gritó el último
-dale jugá- dijo el cuarto de la mesa.
Volvió a mirar todo. El de su derecha había levantado la basa anterior. Ignoraba si había levantado el tres. Miró las cartas que le quedaban en la mano y eran buenas pero no tanto. Si el del al lado había hecho una buena base y lograba la asistencia de los demás podría sumar más puntos que él con lo cual llegaría a perder una mano que cuando la recibió parecía ganada, sin más ni más. El recuerdo de ella se había congelado. Si perdía esta mano una cerveza que parecía segura y ganada se le escaparía inexorablemente de las manos. Pensó en el cruce de los destinos y que de pronto nacía una posibilidad aunque sea remota, de que el dueño del tres de triunfo ganara, con lo cual era la primera vez que vería a un tres ganarle a un as.
-¿se puede perder con el as de triunfo y las cuarenta cantadas? - preguntó
-se puede- le contestó el de al lado
Jugó una carta cualquiera, hizo un comentario menor como " no hace tanto frío hoy" y trató de concentrarse en la mano y jugar lo que le quedaba con lo que tenía.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Alegría

Se llamaba Alegría, era una rubia del montón. Arrastraba un carro equipado como cafetería móvil y seducía a todos. Y aunque no era la más guapa del mundo les juro que era más guapa que cualquiera, como decía la canción. Ella tenía una cola de caballo en su cabellera rubia que dejaba caer sobre una espalda perfectamente torneada en una camiseta corta y un jean de tiro bajo. –“Carajo con la Real Acadeia Española”- pensé, aún no había adjetivos para describir aquello. Era la tarde y la hora en que sol empezaba a marcharse dándole la espalda a este extraño mar austral, argentino e injustamente gélido. Volvía del puerto y nada parecía ser distinto a otros días, excepto porque en el auto sonaba música la radio que me invitaba dejar todo: esta vida normal para perderse detrás de ese carro de café, mientras la voz en off de aquella locutora le dedicaba un tema al "chino". Un código implícito dibujaba el triángulo infinito desde el eter, el chino y la rubia. Era el principio del fin y creo que todos lo sabíamos.

Circular

Fulana de un tal extraño. Aún no sé en realidad nada de tí. Escasa y necesariamente nada. La tarde de hoy muda en apariencia entreviendo otro significado: me sugiere tantas cosas... pero aún no logro comprender de qué se trata. Una y mil formas. Necesito música, si pudiera ser triste y melancólica, mejor.
Aquí me atormento y allí me mato. Muero e imagino nuevas vidas. Un tren japonés descarrila y todo se hace más mundano. Maldito error. Maldita moral moralina que me pone en el otro andén cuando el deseo me acerca de forma cavernícola e inexorable a Fulana de Nadie, acerca de una historia casi imaginaria, casi real. Opio, rapé, alcohol, noche que llegarás antes o después y me vas a tomar por la cintura, susurrando lo imposible. Firmando el documento que no podremos cumplir. Vacío: existen muchas ventanillas para pagar y muy pocas para cobrar, cobrar a derecho, cobrar a satisfacción lo que esperamos se debe dar.
En fin, nadie dijo que esto debía de ser justo. Nadie prometió igualdad, ni infinita alegría. Nadie prometió ni siquiera momentos. Pero alguna vez los descubrimos y luego sabemos que los momentos existen; que pueden ser.