martes, 7 de agosto de 2007

A confesión de partes

Entonces en los vuelos de líneas importantes, la tripulación tenía un poco más de cuidado con los excesos de equipaje. Los condicionantes del 11 de septiembre de 2001 habían producido consecuencias de todo tipo, entre ellas la reducción de kilos liberados per cápita en las líneas y esa idea desagradable de que el pasajero era un enemigo. Yo estaba bastante sensible dado que dejaba por primera vez el país para ir a radicarme en el exterior y no tenía una clara noción de hacia dónde me dirigía. Primero era Milano, que de un aeropuerto me cambiarían a otro y allí frenaría en Roma. Me quedaría la semana santa como turista, para volar hacia Madrid el lunes siguiente, quizás más purificado y santiguado que antes.

Los últimos 15 días de mi estadía en Mar del Plata fueron eternas despedidas que prolongaron la agonía de la partida. Amigos y amigas, juntos y separados, alguna amante o compañera de ruta, clientes, proveedores, vecinos… todos tenían algo para decirme, pero el dolor más grande, sin duda alguna, era abandonar a mi hija sin la certeza de cuándo la volvería a ver. Fue por aquella época en que empecé a sentir ese vacío en el pecho y un soplido tras mis orejas que me incitaba a irme de Argentina, este caótico y arbitrario país donde en cada esquina me batía a duelo con limpiavidrios, cuidadores de autos, policías coimeros, en síntesis, la pobreza del espíritu en general. Cuando me repuse de las lágrimas en la manga del avión me sentía a salvo de los efluvios de este país que me había cobrado de más para malgastarlo en otros que a la hora de pagar miraban para el horizonte. La manga era el límite: allí, juro que por primera vez sentí deseos de confesarme, más allá del Padre Pedro, que en mi infancia de Parque Luro me seguía por la parte de atrás de la cancha de futbol de la parroquia de San Francisco para que fuera al confesionario. Como en esa época no existía El Gran Hermano, el confesionario era una especie de garita de madera donde el que se confesaba se arrodillaba o sentaba de un lado, según el caso, y el confesor se sentaba del otro mirando con cara de confesor...

1 comentario:

Mayte Gordo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.