martes, 7 de agosto de 2007

Corto Maltés y una de Curitas

Corto Maltés y otra de curitas


En 1978 tenía doce años. Terminaba mi escuela primaria por la mañana bastante bien, de hecho era el abanderado de la Bandera Papal, o escolta, según el caso, y por las tardes trabajaba en una verdulería de la calle Falucho y San Juan, en Mar del Plata. Como no parece ser una noble esquina tal vez esta no sea una noble historia. No trascurrió en Milano, o en Macondo. Ni siquiera sabía a ciencia cierta si existía Praga en aquel entonces. Lo cierto es que sí leía la revista Intérvalo ( con acento en la e) y en ella venía el comic de Corto Maltés. La bronca de la Intérvalo es que las historias traían un continuará y hete aquí que estando en plena lectura de un capítulode corto maltés en el que en el último cuadro se veía al marinero de torso, con los brazos en jarra y su inconfundible gorra solamente había escrita una pregunta, y esta decía en la voz de Corto – Las Linternas Rojas… ¿Qué querrán? – y seguidamente el típico cartel de continuará.
Como mi destino de verdulero por la tarde no siempre me aseguraba dinero para comprar revistas ocurrió lo previsible. La quincena siguiente no tuve el dinero y tal vez tampoco la disposición de comprar la revista siguiente. De hecho, como al mes me vi preguntando en varios quioscos por ese número. Nadie supo que decirme. En el club de canje de revistas busqué durante un tiempo aquel número infructuosamente. Al final, como aquellas pasiones de primavera, terminé claudicando ante la realidad y técnicamente la olvidé. Digo técnicamente porque el registro quedó en algún lugar aunque sin puntero, porque veintinueve años después, caminando por la Via xxxx casi a la altura de yyyyyy en Roma pude ver un poster del legendario corto que decía brevemente “Las Linternas Rojas atacan de nuevo”
Por la mañana, al tomar un tranvía que volvía del Tras Tevere un curita joven se llevó por delante a un mendigo que estaba en muletas. El curita era barbudo y medio gordito, como si viniera del tercer mundo. El mendigo era un italiano de pura sepa, sucio y gritón, que empezó a decirle de todo, y entre otras cosas lo desafiaba con una chicana -¿qué pasa padre, Dios lo abandonó justo hoy?- El padre hacía respetuoso silencio y miraba por la ventana. El otro mendigo festejaba con improperios la hazaña del rengo número uno. Yo odiaba a los mendigos, a los rengos y a los curas. Odiaba ese olor a pescado podrido de ese tipo de pobre e indigentes. Odiaba a los tullidos de las afuera del Vaticano y me odiaba por odiar a todos. Hacía veintinueve años que no sabía nada de las Linternas Rojas y Corto Maltés y en esa mañana tampoco sabía que por la tarde iba a recordar lo que hasta ahí no recordaba. Hasta esa mañana, inclusive, los mendigos eran mendigos y los curas simplemente curas. Hasta donde sabía no peleaban entre sí. Tampoco parecía piadoso el gesto del curita, que entre la timidez y la vergüenza, terminó por bajarse del tranvía en la parada siguiente. Fastidiado yo también por los gritos y el olor seguí su camino y casi me tiré del coche eléctrico cuando estaba por arrancar. Cuando bajé el curita me preguntó en castellano, y desconozco como sabía mi idioma nativo, - ¿se lastimó?-
-no, no los aguantaba más- le contesté
-hace veintinueve años me sigue la idea de que estos mendigos me hostigan porque tienen algo que decirme- me ilustró el curita
-padre, usted es muy joven ¿qué edad tiene?- le pregunté
-no creas hijo, tengo cuarenta y uno. En 1978 estaba leyendo un comic de Corto Maltés y se acercaron unos mendigos que entre risas y gritos me robaron lo que tenía, inclusive mi revista. Lo peor, es que nunca supe como terminó el capítulo- me dijo
-no entiendo- lo interrumpí
-no importa, ese fue el primer impulso en la vida que tuve hacia los hábitos. Había muchos misterios que no podía resolver y ese iba a ser uno de ellos, por el resto de mi vida- terminó.
Finalmente me despedí de él y empecé a pensar en algo que no terminaba de darle forma. No hasta la tarde en que vino a mi la imagen de Corto Maltés, sus brazos en jarra y las Linternas Rojas. Dios, pensé, este es otro de los milagros de la fe. Si hasta llegué a comprar en 2001 la colección reeditada por clarín de Corta Maltés para ver si venía ese capítulo y… nada… y el que nada no se ahoga.Se hacía la noche en la Piazza del Popolo mientras entraba en las iglesias del fin de la Via del Corso, a diestra y siniestra, buscando al curita a ver si por un milagro de la fe lo encontraba para preguntarle si el capítulo que nunca terminó era el mismo que yo, veintinueve años atrás. Porque de ser así aquí a la vuelta estaba la respuesta “ Las linternas rojas atacan de nuevo”. Pero dos milagros

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