martes, 7 de agosto de 2007

Madrid es un bar

Madrid es un bar. Todo Madrid es un bocadillo de chorizo, una caña, una ración de patatas ali oli. Madrid es frío en primavera y loco calor en invierno. Es una hermosa cara que me mira sugestiva con su sombrero bombín, detrás de una copa de vino, con tu retrato en sepia.
Madrid es un plato de gambas al ajillo. Ahora es la angustia de los días de tapas en Quevedo, de las tardes en la plaza del Sol, caminando hacia Tirso de Molina en búsqueda de argentinos, pero encontrando yonkis por todos lados, tirados y babeados en el agua fermentada de esta pudrición urbana. Madrid es el bar de “Las Transgénicas” de Malasaña, y los ilegales argelinos de Lavapiés. Es una red de Metro que me deja en el tren de cercanías, esperando fumar fuera del andén, con un cigarro mal armado y mi cara de exiliado: los nuevos exiliados modelo XXI.
Madrid es un perro Pekines de 19 años que no se termina de morir, ciego y vetusto, tosiendo y vomitando, pero aferrado a esta vida. Es la amistad latina y la copa de bienvenida, y el hombre que arenga en el bar para alentar y no alentar al Real Madrid, porque hay que querer y no querer al Aletic. Porque Al Qaeda se emputeció con los aliados de los Estados Unidos, que ahora son madrileños, mientras los rojos se retuercen y nuevos franquistas gritan viva la patria. En Madrid hay un toro que quiere unir a toda España, pero hay catalanes y pibes de Senegal que, ahora con amnistía oficial, también tienen derecho a vivir aquí. Y Madrid son unos rumanos que tocan el acordeón, unos tullidos de Europa del este en la salida del metro y unas mujeres campesinas de Hungría que piden en cada vagón con el mismo acento de lástima, con un falso hijo pequeño en brazos y un castellano que suena a catástrofe para darle pan para sus niños; y cada tres palabras dicen “ Dios lo bendiga” y Dios se desatiende de los vagones porque anda en temas más difíciles, tal vez, como el del petroleo del golfo o las conquistas sociales en Afganistán.
Ahora que el papa en Brasil tendrá el doble de custodia que Bush. En Madrid la custodia no permite fumar a los que entran a los jardines del palacio real. Y en los bares que sí dejan fumar los carteles dicen “Aquí se fuma”: y la gente fuma, y ¡cómo!.
Volví a Madrid una tarde en que hacía más frío del debido. No fue el shock de subir por la estación de metro de Barajas y bajarme en Sevilla para sorprenderme de las avenidas y lo europea que era. Fue, por el contrario, un viaje en taxi hacia la zona de Argüelles, para ver a mis amigos y decirles que aquí estaba: y vaya si estaba, deseoso de pertenecer a Europa y olvidarme de mi pasado Latinoamericano. En Madrid hay sexo, droga y rock and roll. Pero poco sexo y poco rock. Una venezolana me sonríe detrás de la barra del café y su acento me convida a vivir. Un ecuatoriano me ofrece más comida por menos plata, en su fonda, y toda la zona de Quevedo parece querer comer allí. También hay empanadas argentinas y vino de la zona del Duero. Madrid es La Plaza Mayor y los actores populares, y los mimos argentinos invadiendo todo espacio público. Y los mendigos listillos de la zona de la plaza del sol que tienen cuatro tarros donde piden nada para comida, y en cada tarro dice: “para tabaco, para holgazanear, para bebida, para jugar” y la gente les da plata y se fotografía con ellos… y la vida sigue con la placidez de los domingos a la tarde.
Ahora Madrid está más europea. Ahora el primer mundo pasa por Madrid. Y los madrileños no se quieren enterar. Ni los españoles lo quieren admitir, pero esta trasmutación de cultura los lleva por senderos que se bifurcan, sobre sueños no cumplidos y anhelos que pudieron ser. Por eso, sólo por eso, elegí Madrid: porque suena Fito y Charly en cada esquina. Porque cuando se escucha a Sabina dicen “El maestro”. Cuando Andrés Calamaro arranca diciendo “Feliz Navidad Sangrienta” y no sé que más de su corazón en venta casi todos los que caminamos por la calle sabemos de lo que habla. Y para los demás, para aquellos que aún no se enteraron, les queda la otra Madrid, que también tiene tiempo y espacio para acogerlos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quisiera saber volar, para llegar hasta tí, y después saber caer, para volver a querer, poder llegar hasta tí...